dimarts, 18 de desembre del 2012

Concibiendo una ciudad romana, Principios básicos.

Concibiendo una ciudad romana, principios básicos.
Ubicadas generalmente cerca de vías de comunicación naturales o desarrolladas por el hombre, es cierto que las ciudades romanas ex novo del s. I tenían una planificación hipodámica u ortogonal, legado militar para limitar y proteger un recinto que ya estaba prediseñado desde un primer momento, pues ya se había calculado la extensión de los espacios vitales de la ciudad y la densidad de su población. A vista de pájaro, estas ciudades se parecerían a una tableta de chocolate, rodeadas por murallas, con sus manzanas de casas separadas por calles perfectamente paralelas cortadas por otras perpendiculares igual de perfectas en su recorrido. Dichas vías eran conocidas como cardos y decumanos, las primeras orientadas de norte a sur, las segundas de este a oeste, y todas tenían el mismo nombre pero se reconocían precisamente por su posición respecto al sol. Sólo  dos de ellas tenían nombre propio, el cardo máximo y el decumano máximo, calzadas principales que tenían unos ocho metros de ancho (el doble que el resto de las calles). Para Vitruvio -uno de los padres de la arquitectura moderna-, la altura de los edificios no debía sobrepasar el doble de la anchura de la calle porque, de ser así, se privaba de luz al resto de la ciudad, provocando un hacinamiento insalubre. Estos conceptos pronto quedaban obsoletos, cuando la ciudad ya no podía crecer dentro de las murallas y se veía obligada a crecer a lo alto.

En los diez libros de la arquitectura del ya mencionado Vitruvio, se nos indica que se debe buscar una orientación templada, lejos de zonas pantanosas, para evitar que lleguen las pestilencias de sus bestias. Si no se podían evitar los cenagales, se drenaban contactándolos con el mar para purgar sus aguas y se reducía su fauna por la salinidad marina. Tampoco sería saludable que una ciudad junto al mar estuviese orientada al mediodía, porque los amaneceres en verano ya son fuertes y al mediodía la ciudad se abrasaría. Por otro lado, si se orienta a occidente, el sol de mediodía agobia y por la tarde será ardiente.
Con estos cambios de temperatura, Vitruvio reconoce que todos los seres vivos acaban  alterándose.