Un día me escondí cerca de él en la oscuridad, y logré
oír el ensalmo, compuesto de tres sílabas. Luego se fue a la plaza, tras dar
tarea a la mano de mortero. Al día siguiente, mientras él andaba ocupado la
plaza, fui a por la mano de mortero. Hice los mismos gestos, dije las mismas
palabras y le ordené ir a por agua. Cuando trajo el cántaro lleno le dije:
“Deja ya de traer agua: sé otra vez mano de mortero”. Más ya no quiso hacerme
caso, y no dejaba de traer agua hasta que acabó inundando la casa de tanta que
trajo.
Yo no sabía qué hacer y tenía miedo de que cuando
Páncrates lo viera se enfadara, como ocurrió, así que cogí un hacha y corté la
mano de mortero en dos. Pero hete aquí que cada parte cogió un cántaro y seguía
trayendo agua, con lo que, en vez de uno, ahora tenía dos sirvientes. En estas
llegó Páncrates y al ver lo que pasaba los hizo de nuevo de madera, como eran
antes del hechizo y me dejó, marchándose no sé a donde, sin que lo viera.
FRAGMENTO:
El Cuentista o El Descreído. Luciano de Samósata (125-181 dC).
Relatos fantásticos. Alianza Editorial. Clásicos de Grecia i Roma. (pág. 140)